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martes, 31 de mayo de 2005

Crisis en la Agricultura Convencional y la Agroecología como alternativa

Erosión


Por José Iceda Ruiz



En el mismo momento que los agricultores y las naciones en general han advertido la crisis agrícola que padece este renglón de la economía que no sólo se da en la nación estadounidense, creyeron en la necesidad de idear y conformar un sistema novísimo que asegurara una agricultura sustentable que protegiera y conservara los suelos y los ecosistemas, y muy aparte de ello, que garantizara ciertas condiciones socioeconómicas para los agricultores que aseguraran el ejercicio sostenido y duradero del nuevo modelo que tendría en cuenta también el marco ecológico, social y económico.


En mi concepto, las raíces de esta crisis que se circunscriben en un marco socioeconómico y ecológico, fueron los factores que precisamente forzaron el desarrollo de la doctrina agroecológica. Algunas de las características, entre otras, propias de la crisis que no sólo se vive en USA sino en los países del tercer mundo, son la mecanización de las prácticas agrícolas que llevó al monocultivo, la penetración del capital en la agricultura convencional, la aplicación indiscriminada de la tecnología, el control de plagas con agentes químicos dañinos, la sustitución de los fertilizantes naturales asentado anteriormente en la rotación de cultivos y el estiércol de ganado por químicos que mas tarde mostrarían sus supuestas “bondades” nefastas, todo esto en detrimento de los ecosistemas, de la salud, etc.; prácticas que persiguen mayor rentabilidad pero con funestas consecuencias en el medio.


Es innegable también, que la tendencia de las fuerzas económicas y sociales impulsaron la aplicación indiscriminada de la tecnología en el agro que a su vez nos condujeron a los aprietos actuales, la tecnología indiscriminada de la revolución verde, desbordó sus propósitos iniciales para convertirse en el principal verdugo de la ecología y de nuestros campesinos y pequeños agricultores.


De manera pues, que la Agroecología como paradigma alternativo para superar la crisis de la agricultura convencional, no sólo busca el uso de otra clase de sustancias para desarrollar agroecosistemas integrales con una dependencia mínima de insumos externos. La idea también es, atacar las fuerzas sociales y económicas que no permite a nuestros agricultores ejercer una tendencia mas sana de la agricultura, que nos facilite identificar y aplicar elementos encontrados en el mismo agroecosistema o por lo menos no ajenos al mismo, insumos agrícolas alternos ideales, menos dañinos para conservar y proteger el medio ambiente, para regular agentes externos y sostener los cultivos hasta su última etapa conservando los mismos niveles de producción y eficacia al menor costo o inversión.


En la actualidad, el concepto de producción agrícola no sólo cubre cuestiones técnicas sino que viene atendiendo umbrales sociales, culturales, políticos y económicos, es la tesis que propone la Agroecología.


Al principio se creyó que la agricultura orgánica constituiría la salvación a la pluricitada crisis, pero esta tendencia sólo ha reposado su preocupación sobre los controles biológicos únicamente sin atacar otras limitantes para obtener una agricultura de verdad sustentable abarcando la crisis de forma integral y no sólo desde la órbita de la sustitución de insumos por otros mas económicos y menos perjudiciales.


Considero tan débil esta postura, que como argumento principal yace el hecho de que las multinacionales han aprovechado la coyuntura para estructurar un buen negocio y establecer reglas a su arbitrio, comercializando bajo sus propias políticas y tomado el control de los insumos de tipo biológico y orgánico, fijando precios inaccesibles muchas veces para el común de los campesinos y los agricultores, lo que conllevará inevitablemente a que el capital vuelva a permear ostensiblemente la nueva tendencia de la agricultura, de ahí la necesidad trabajar en un consenso político entre organizaciones rurales y de otros tipos para adoptar y desarrollar el modelo que propone la Agroecología.


Mientras no existan acuerdos o mecanismos legales que limiten la conducta de las multinacionales y las manifestaciones del capitalismo en la agricultura, considero difícil desarrollar la alternativa de la Agroecología de manera por lo menos representativa, porque además, siempre que algún descubrimiento o investigación se produzca en torno al agro, serán estos actores los que entren, gracias su poder, en su control y manejo exclusivo (monopolio) a través de las patentes y otros medios, afectando con ello, el ejercicio de la agricultura orgánica, base también de la Agroecología, lo que exige con mayor razón la evolución de este tipo de agricultura a aquella que tiene en cuenta todos los demás aspectos ecológicos, sociales, culturales y económicos; objeto del presente ensayo.


Es vital entonces, involucrarse con el conocimiento y habilidades de nuestros campesinos para conocer de ellos directamente los secretos y toda su experiencia y socializar tal conocimiento, de manera pues, que nos lleve a sortear y detener el afán de lucro y el monopolio de los capitalistas del agro.


Así las cosas, y en últimas, lo que persigue el ejercicio de la Agroecología, es tanto la sustentabilidad ecológica como la económica del agroecosistema. El diseño agroecológico debe basarse en los recursos locales y las condiciones y circunstancias ambientales y socioeconómicas de la región donde se implementará.

Estamos a tiempo, luchemos, luchemos, luchemos ....












miércoles, 18 de mayo de 2005

Ahora Glifosato para los Parques Naturales? Esto es el colmo! Presidente como que nos esta saliendo cara la ayuda de E.E.U.U. cierto ??

Tomado del periódico Colombiano "El Tiempo"


El Glifosato mata



Mayo 15 de 2005


EDITORIAL


En los parques, no



El Consejo Nacional de Estupefacientes tiene listo el borrador de una resolución que autoriza asperjar con glifosato los cultivos ilícitos detectados en tres parques nacionales -Sierra Nevada de Santa Marta, La Macarena y Catatumbo-Barí-. Hacerlo constituiría un desatino ambiental, sentaría un nefasto precedente jurídico y sería la peor prolongación imaginable de una política severamente cuestionada. La presión es cada día mayor.

La embajada de Estados Unidos no esconde su entusiasmo por el glifosato. El gobierno colombiano ha pedido 130 millones de dólares más para añadir una docena de aeronaves a la flotilla de 82 que ya fumigan. Alegan que hay coca en los parques, que la tala y la quema para sembrarla acaban con el bosque y que los químicos para cultivarla y procesarla son peores que el glifosato. Si no se fumiga, aseguran, los parques naturales terminarán convertidos en santuarios del narcotráfico. No cabe duda de la devastación ecológica que le han causado al país los cultivos ilícitos, pero la pregunta en este caso es cuánta coca hay en los parques, y si el remedio de fumigar estas reservas naturales no resultaría mucho peor que la enfermedad que se pretende combatir.

El último censo satelital disponible, realizado por el Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos (Simci) y la Oficina de Drogas y Crimen de Naciones Unidas (ODC) encontró cultivos de coca y amapola en 18 de los 50 parques y reservas naturales, a fines del 2003. El del 2004 aún no se publica, aunque se sabe que en el parque Sierra Nevada (230 hectáreas) y el Catatumbo (107), la coca, más o menos, se mantiene, y en La Macarena pasó de 1.152 a 2.693 hectáreas. Un estudio de la CIA aduce que habría 6.650 hectáreas en solo seis parques. En cualquier caso, se trata de una porción insignificante de la coca cultivada en Colombia y de la superficie de cada parque. Según el Simci, la coca en los parques disminuyó de unas 6.000 hectáreas a menos de 3.800, entre el 2001 y el 2003.

Sin fumigación y gracias a programas de erradicación manual que, con apoyo de Holanda, adelanta la Unidad de Parques. Aun si el nuevo censo del Simci arrojase un crecimiento de las áreas de coca y amapola en parques naturales, asperjarlas no puede ser una peor ocurrencia. Primero, porque violaría tratados internacionales, como la Declaración de Río de 1992, recogida en la Ley 99 de 1993, que establece que "para proteger el medio, las medidas de precaución han de ser ampliamente adoptadas por los Estados" y que, en caso de duda científica, hay que acogerse a la posibilidad menos perjudicial para el medio ambiente. Segundo, porque causaría múltiples daños biológicos y sociales, contaminando cultivos de pancoger y echando a colonos e indígenas en brazos de narcos y grupos armados. Tercero, porque podría llevar a que Holanda suspenda la ayuda económica a la erradicación manual en las zonas donde se fumigue. Cuarto, porque pondría en peligro un patrimonio único de flora y fauna, arriesgando lo que se dice que se quiere proteger. Y quinto, porque transmitiría un mensaje desmoralizador a los colombianos y un pésimo ejemplo al mundo.

La erradicación manual ha demostrado ser efectiva en los parques y en Perú y Bolivia. Se alega que hay zonas inaccesibles; pero si se puede hacer el Plan Patriota, se puede erradicar donde sea. El glifosato no mata la planta de coca; la erradicación sí. Mientras fumigar empujaría a los colonos a sembrar en lo profundo de los parques, cualquier programa de erradicación empieza por darles alternativas para salirse de ellos. Sin mano de obra, los narcos no podrán sembrar. Aún más que en otras zonas, en los parques el problema es social y no de policía. La eficacia de la fumigación está cuestionada, y el desarrollo alternativo, que ha resuelto el problema en otros países, aquí es marginal.

Pese a que la superficie de coca se ha reducido en 46 por ciento desde 1999; pese a que los decomisos de cocaína en el país pasaron de 80 a 178 toneladas entre el 2001 y el 2004 y también aumentaron en Estados Unidos, la droga se consigue hoy allá en más áreas que antes, 11,4 por ciento más pura y al mismo precio. Colombia es la única nación del mundo que permite la fumigación (hasta Afganistán se negó). Entre el 2002 y el 2003 se fumigaron más de 260.000 hectáreas para erradicar menos de 60.000. Cada año se asperjan más y se eliminan menos. Se arguye, entonces, que hay que fumigar más. ¡Después de asperjar otras 135.000 en el 2004, la CIA dice que la superficie cultivada no disminuyó una hectárea! El cultivo se desplaza, no se acaba: Nariño empezó el Plan Colombia con menos de 4.000 hectáreas de coca; cuatro años y 70.000 hectáreas fumigadas después, a fines del 2003, tenía casi 18.000, según el Simci. O 60.000 hoy, según el Gobernador. El balance de más de 20 años de fumigaciones aéreas de cultivos ilícitos deja, pues, mucho que desear. Para completar esta estrategia desatinada, solo falta hacer llover glifosato sobre los parques naturales.

La chequera de nuestro querido embajador Wood no cubre los costos sociales y ambientales de tan dudoso entusiasmo químico. Con ellos corremos los colombianos.

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Al respecto, sobre la promesa que hizo nuestro Presidente cuando aún estaba en campaña, el destacado columnista de este diario, Dr. Daniel Samper Pizano manifestó :

El candidato Uribe vs. el presidente Uribe (11 de mayo de 2005)


Cuando Alvaro Uribe pedía votos, era enemigo de las fumigaciones. ¿Qué pasó?

Me temo que ya están fumigando con glifosato. Pero no empezaron por los parques nacionales, sino por el Palacio de Nariño. Solo así me explico que al Presidente padezca la peste del olvido y el jefe de Prensa, la hinchazón de la vanidad.


El 9 de mayo del 2002, quince días antes de ser elegido primer mandatario, el candidato Álvaro Uribe Vélez concedió una entrevista a la escritora Alexandra Samper. Él era entonces amigo de la naturaleza, enemigo de las fumigaciones y partidario de erradicar manualmente los cocales. Esto preguntó Alexandra y esto contestó Uribe hace 36 meses:


Pregunta- Cada hectárea fumigada implica la tala de dos hectáreas de bosque. ¿Usted va a continuar fumigando?
A. Uribe- Hay que parar eso. Si eso no lo paramos, se va es a acabar con la ecología del país.


Una vez elegido, alguien lo convenció, quizás en inglés, de traicionar su posición. El candidato Uribe habría protestado contra el presidente Uribe. Ahora es el gobernante que más intensamente ha descargado glifosato sobre nuestro mapa, y además quiere extenderlo a los parques nacionales. Semejante política sí que acabará con “la ecología del país”.


Tal demuestran los estudios sobre glifosato que cada día se divulgan a los cuatro vientos. Alberto Rueda, ex asesor del ministerio de Gobierno en materia de drogas ilícitas, envió una carta abierta al ministro donde ratifica que “la fumigación aérea de los cultivos ilícitos en Colombia es temeraria con la salud de los colombianos y el medio ambiente”. Un completo informe de la profesora Elsa Nivia, autoridad mundial en la materia, expone el peligro de esta sustancia y sus destrozos. Puede verse en http://www.mamacoca.org/separata_nov_2002/fort_fumigacion_ponencia_elsa_nivia.htm


Hay esperanzas, sin embargo, de que logremos frenar el roscón del glifosato en la puerta del horno gubernamental. Lo digo por un documento reciente que muestra cómo la ministra de Educación, Cecilia María Vélez, ha librado en el seno del Consejo Nacional de Estupefacientes silenciosa y valiente lucha para evitar la fumigación de parques.


Se trata de una objeción a la resolución, ya redactado el Consejo, que autoriza “la aspersión aérea con el herbicida glifosato en las áreas de Parques Nacionales Naturales”. Sus argumentos jurídicos pulverizan los papelitos alcahuetas de los abogados del minGobierno y sacuden las supuestas bases científicas en que pretenden sustentar semejante aberración.


Sí, hay esperanzas, a pesar de que Uribe, en un acto de soberbio desprecio de la opinión pública, acaba de pedir a Estados Unidos 130 millones de dólares para comprar más avionetas de fumigación: ¿acaso las que estrenará en los parques?


Razón de más esta para seguirle mandando cartas. El buzón presidencial se atascó o fue desconectado, pero aún es posible llegar a él buscando http://www.presidencia.gov.co/ y pinchando “Escríbale al Presidente”.


Un efecto que ya logró la protesta colectiva fue desnudar cierta venita antidemocrática en la cúpula de Palacio. Resulta inaceptable que el Secretario de Prensa responda de manera desobligante a quienes expresan ante él su respetuosa oposición al parquicidio.


He aquí lo que este funcionario contestó a un científico que le dirigió un mensaje cortés donde previene sobre los riesgos del glifosato: “El gobierno no ha tomado la decisión de fumigar los parques, a pesar de lo que diga el señor Samper. Lástima que el esfuerzo que usted y cientos de personas más me han escrito en estos días (sic), no sea igual de fuerte en contra de los guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes que los están devastando para sembrar coca y amapola. (…) No he logrado entender nuestra valentía para criticar y presionar a las autoridades que tratan de solucionar los problemas y nuestra indiferencia o ¿cobardía? frente a los delincuentes que los generan, como es el caso que nos ocupa.”


Para empezar, el “señor Samper” no dijo que la decisión estaba tomada sino que el gobierno “quiere”, “se propone”, “aspira” o “pretende” fumigar los parques. Y así es. No faltan sino formalidades para que lo haga… a menos que lo impidamos los ciudadanos. Lo advertía el domingo El Espectador: “La decisión está tomada. La resolución del Consejo Nacional de Estupefacientes está lista”.


Atacar sin fundamento a un periodista que critica al gobierno forma parte del juego político. Lo que resulta inaudito es insultar a la gente que no comparte las iniciativas oficiales. En una democracia mandan los ciudadanos y su opinión es sagrada. Ante ellos debe rendir cuentas el gobierno, y parece lógico que a ese gobierno dirijan sus inquietudes quienes lo eligieron o lo padecen.


Los ciudadanos pagan el sueldo del jefe de Prensa y este les debe por lo menos respeto. Sugerir que son cobardes o tolerantes con el narcotráfico y los violentos, solo porque se oponen a fumigar los parques nacionales, constituye un atropello. Mucho más cuando casi todas han sido críticas comedidas, y muchas incluso proceden de hinchas del presidente Uribe.


Tal vez a Ricardo Galán el glifosato le marchitó el talante humilde y receptivo que debe caracterizar al buen funcionario. Hay que hacerlo recapacitar escribiéndole a ricardogalan@presidencia.gov.co


Y, por favor, señor Secretario, no vaya a desconectar el correo: oír es parte de sus obligaciones.
cambalache@mail.ddnet.es

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En otra ocasión el mismo columnista destacó:
Cómo frenar el parquicidio


Daniel Samper Pizano; El Tiempo, marzo 3 de 2004


No basta con indignarse por las fumigaciones: hay que hacer algo.


Hace ocho días denuncié la licencia para envenenar parques nacionales que extendió el Gobierno nacional al Glifosato, veneno de peligrosos efectos. La reacción de cientos de lectores ha sido instantánea e indignada. Rechazan la atrabiliaria medida y preguntan qué hay que hacer para evitarla.


Esto último marca una diferencia significativa con otras actitudes que conozco. No se contentan con indignarse mientras permanecen sentaditos en su casa. Saben que los 46 parques naturales nacionales son suyos, son nuestros, son de todos, y no están decididos a permitir que el Gobierno los sacrifique en metas inmediatistas para satisfacer a quienes presionan desde el norte.


“Hay que liderar una cruzada nacional e internacional, hay que movilizar al país -- dice en un emilio Edilberto Guerrero, lector que no conozco--. Ofrezco unas horas de mi trabajo… En lo que pueda hacer, estoy allí…”


Unos pocos argumentan que no importa fumigar con Glifosato porque, al transformar coca y amapola en cocaína y heroína, los narcoviolentos ya están contaminando con productos químicos algunos parques. Triste y apocado silogismo que equivale a decir: “Como el niño es patizambo, no vale la pena vacunarlo contra el polio”.


Repudiamos por igual las piernas chuecas y el polio. Tal es la tónica mayoritaria de los mensajes: esto es nuestro, y vamos a defenderlo. El Gobierno topó con una roca grande. No son los jefes políticos, los cardenales, los empresarios ni los comandantes guerrilleros. Son los colombianos los que se niegan a permitir el parquicidio. Ni ellos, ni entidades científicas, ni entidades ambientales, tomaron parte en la decisión de envenenarlos, adoptada a escondidas de la gente y en contra de la ley.


¿Hay algo que hacer? Sí. Mucho. Para empezar, tener ideas claras:


1) La fumigación con glifosato es ilegal. He tenido acceso a un documento interno del ministerio de Medio Ambiente donde el departamento jurídico señala las violaciones en que incurre el Consejo Nacional de Estupefacientes al autorizar el veneno en los parques. El propio presidente Uribe ha dicho que mientras él esté en el Palacio de Nariño habrá fumigaciones. Esto no convierte en legal la decisión. Solamente revela que el Presidente tiene malos asesores jurídicos.


2) El glifosato es dañino. Varias ONG ambientales, como Earthjustice y AIDA, pueden probar que la erradicación produce “deterioro en los parques nacionales y las economías locales, y preocupantes efectos a largo plazo”. Dos compatriotas –el microbiólogo Howard Junca, miembro de un grupo científico en Alemania, y el ingeniero agrónomo Javier Solís—me envían estudios que complementan los informes adversos de Earthjustice y AIDA. El Glifosato afecta alimentos, aguas, plantas silvestres, animales y humanos. Pero además del efecto biológico deplorable, también provoca devastación social: desplazamientos, enfermedades, ruina de los sembrados de pancoger… “Las fumigaciones causan una de las más grandes tragedias que pueda vivir una familia campesina”, señala Ana Mendoza, de http://www.rutapacifica.org.co/.


3) Hay otros medios de erradicación. La ley ordena que en los parques se adelante erradicación manual de cocales y amapolas. Muchos programas demuestran la eficacia de la erradicación manual en el Putumayo, que elimina las plantas ilegales pero respeta las silvestres y las comestibles.


4) La fumigación es ineficaz. Aunque las consecuencias iniciales del producto exhiben orgullosamente cocales pelados, a la larga la fumigación solo sirve para que los cultivadores ilegales se trasladen a trabajar en otras regiones. Es un juego de cuclí que no ha mermado la producción de droga en América Latina (ni su consumo en el norte, por supuesto), pero somete a periódica ruina las zonas afectadas.


Lo que puede hacerse:


1) Denunciar el parquicidio. Hay que enviar mensajes de protesta al Presidente, la ministra de Medio Ambiente y el Defensor del Pueblo:


Alvaro Uribe Velez, Presidente de Colombiaauribe@presidencia.gov.co
Sandra Suárez, ministra de Ambientedministro@minambiente.gov.co
Volmar Pérez Ortiz, Defensor del Pueblodefensoria@defensoria.org.co


2) Mandar copia de las protestas a organismos internacionales como AIDA, que las rebotarán a quienes deben conocer la posición de los colombianos.


Astrid Puentes, AIDAapuentes@aida2.org


3) El 30 de marzo a las 10 a.m. el senador Jorge Enrique Robledo iniciará un debate a la ministra sobre el atropello a los parques. Hay que acompañar el debate en forma pacífica y civilizada, pero que no deje dudas sobre el rechazo que la decisión suscita.


Temo que el permiso otorgado al Glifosato sea parte de una gran operación administrativa de menoscabo del sistema de parques y zonas medioambientales tal como lo conocemos y como se ha construido a lo largo de varias décadas. Son muchas las cosas que debe explicar la ministra.


Jugando al armamentismo
Me aterra la última columna en estas páginas de mi admirado Alfredo Rangel. Allí afirma que es “oportuna y sabia” la costosa compra de 47 tanques AMX-30 para reforzar la frontera con Venezuela, pues conviene “disuadir” al vecino de una posible guerra. Fomentar el armamentismo entre países hambrientos, como los nuestros, es hacerle el juego a los que mercan con la muerte y los que viven de asustarnos.


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